ALEJANDRA LAVIADA: escenarios de tensión

8/31/20252 min leer

No por casualidad será que con esta serie de configuraciones trabajadas por Alejandra Laviada en paralelo a un tiempo que toca la mitad de la crisis de la pandemia por Covid, hasta el aciago presente impuesto por el caos trumpiano, y la trágica cadena de mutaciones que nuestro planeta ahora padece, que en ellas (organismos escultóricos y dibujos orgánicos) despunten cuerdas (alegóricas, taxativas) que a la par de comprimir el ejercicio de cierta y metafórica libertad, también (en paradoja) tensan despliegues de consciencia humanista y de espiritualidad, a partir de una subjetividad de resistencia poética. Abrazada por un duro pesimismo, la filosofía de Émile Cioran es, como también sucede en esta serie de obras de Alejandra, la intrigante tensión del deseo de la gloria. Él dijo: “los dolores imaginarios son, con mucho, los más reales ya que se los necesita constantemente, y se inventan porque no es posible prescindir de ellos”. La salvación es una tirante fuerza errátil liada a la realidad cotidiana, no rematada en la plenitud que lleva la consunción del edén.

La esencia redentora de la tensión, ceñida al eterno esfuerzo por tajar un hilo opresivo es, a la par, una flor con pulso estético. Un urgente significante de potencia vital. Una categórica actualización de belleza que no se agota en el elogio del objeto inútil, ni en la admisión sentada de lo trasluciente, porque ha elegido no resignarse en el curso plástico de la intriga (lianas para una eventual liberación que también son sensuales guantes de difícil repudio).

Dilataciones metafísicas de inquietud eterna. Como con las piedras de Gian Lorenzo Bernini o Auguste Rodin. O con las efusiones femeninas, extroversiones de psicologismo, de Eva Hesse, Louise Bourgeois… Cinceladores de sombras en abstracción expresionista. Coincidentes en la dinámica nítida (pero también tiernamente contrariada) de To Rococo Rot, que es un ensamble alemán de post-rock (y que para mi gusto componen más hibridaciones líricas alborozadas que melancólicos enredos de pudrimiento). Estos trabajos de Alejandra Laviada son entes pulsantes. Viven como un cuerpo en pensamiento, y como pensamiento sin ningún sentido… más allá de la curiosidad que generan los misterios que envuelven, de las tensiones que emocionan a quienes los observan, o de las proyecciones que en silencio atan entidades psíquicas. Probablemente algo cercano a lo que también opinó Cioran: “El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad”. Y aquí estamos, por lo menos conscientes, cultivando nuestras pasiones.

Guillermo Santamarina